El 6 de marzo del año pasado, mi mujer me llevó a París. Unos días sin los niños para romper rutinas y cumplir con uno de esos viajes siempre proyectados. Y nos encontramos con un París mágico y extraño. Lugar de la luz y de sombras, que se transforma por la noche en una ciudad que no aparece en las guías. Ciudad noir. Muerta. Una pesadilla que ya nunca olvidaremos.
Como el misterioso Hotel Ambassador, con sus habitaciones confundidas, el equipaje olvidado por aquella pareja oculta, los maniquíes que poblaban los pasillos durante la semana de la moda, la actuación de Mandrake...
Tres días y tres noches perdidos en La Ciudad, como Dos en la carretera, intentando repasar nuestras vidas, recuerdos que se fueron diluyendo por tantas dosis de pánico.
A veces, me da la sensación de que todavía no hemos regresado...